jueves, 11 de agosto de 2011

¿Y ahora...?


Es imposible, no puede ser, no es así. Algo incomprensible para mí.  Sé que, si ahora mismo dejo mi hogar para ir a visitarte, vas a estar ahí. Si si, tenés que estar ahí, yo te lo prometí, tengo que ir… tengo que ir a cocinarte las milanesas que vos me enseñaste a hacer. Tengo que ir a visitarte, por todas las veces que lo postergué, las veces que no lo hice, por una u otra razón, o por ninguna…
Antes no entendía de qué se trataba esa expresión que utiliza la gente de vez en cuando, en los momentos en que les ocurre una desgracia: “No caigo”, hasta que te fuiste. “Te fuiste”. Es mentira eso, no es cierto, me resulta increíble saber que no te voy a volver a ver, a escuchar, a sentir.
No tenías que irte, ¿y ahora? ¿Cómo hago para pedirte perdón, por los momentos en los que me alejé de vos, sin razón? ¿Tengo que ir ahora a tu casa? Decime qué hago, necesito una respuesta. ¿De qué forma puedo deshacerme de tanto dolor? Te dedico mis buenos logros, mis esfuerzos, mis ganas de progresar en lo que me propongo… decime qué querés, yo te lo doy… pero no me dejes así, por favor…
Varias personas sostienen, al ocurrirles algo desagradable, “hay que verle el lado positivo”. Bien, agradezco tener mucha gente con la que puedo contar en estos momentos, que me ofrece su hombro en los cuales reposar por lo menos por un rato, la extensa carga que trajo el haberte perdido en estos instantes, en los que todo permanecía tan oscuro para vos… para todos; gente que me seca las pocas lágrimas que me permití derramar, y no es que no me salga hacerlo, es que mis padres, mi hermana, mi familia, deben, necesitan verme bien. Tengo que ser fuerte, nadie me va a ver caer. Estoy bien.
Jamás pensé que iba a presenciar tan temprano esto. Verte ahí, sin color, sin expresión, sin vida. Y aún así, no pudiendo creer que nunca más iba a escuchar esa risa contagiosa y estruendosa, lejos de entender que no volvería a sentir tus “pica pica”, los que tanto nos gustaban a tus nietos; siéndome tan difícil en ese momento, comprender que no volveríamos a jugar dados ni juegos de mesa juntas, mientras me contabas tus interesantes anécdotas y me hablabas de cuando eras chica, de tu vida, de tus cosas, me enseñabas tanto ¡cuánto sabías! Aún sin haber tenido una vida universitaria…; sintiéndome incapaz de darme cuenta que no íbamos a pasar más navidades juntas, ir al parque del sur a juntar cosas secas, para luego hacer adornos; llegar a tu casa esas nochebuenas de todos los años y ver la mesa prolijamente acomodada, todo preparado, y después recibir los regalos, que, aunque infantiles, bonitos y con mucho amor. Las tardes en San Jerónimo, pocas pero lindas, que compartimos… todos recuerdos, que van a estar en mi cabeza, para siempre.
Cuánto me cuesta decir que son recuerdos, imágenes en mi memoria, que se van a conservar tan frescas como las de mi tío Beto, quien debe estar con vos en este momento, si es que ya llegaste adonde el está. Mandale mis saludos, decile que todavía lo extraño y me hace falta, cuando lo veas. Y, seguro, allá te vas a encontrar con Dios Padre, por favor decile que tengo un deseo, si puede cumplírmelo: que vos seas plenamente feliz allá, y puedas encontrar tranquilidad y paz, dos cosas que difícilmente puede tener un hombre aca en la Tierra. En esta vida, todos te vamos a extrañar, a todos nos vas a hacer falta. Pero ya lo sabemos, esto no es un “chau” definitivo sino un “nos vemos, más tarde, cuando Dios así lo quiera”.
Ah… me olvidaba, la última vez que hablamos por teléfono, y no te devolví el “te quiero” fue porque sinceramente no entendía nada, ni caía de que lo que me estabas diciendo era que realmente te querías ir de este mundo. Así que, te lo digo ahora: Yo también te quiero, y te voy a extrañar.

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